viernes, 9 de noviembre de 2012

"Los españoles no amamos a los triunfadores porque somos una panda de revanchistas"

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Y siempre se queja de que en España somos incapaces de facturarlas como a él le gustan: “Sin rencor y con héroes”. Aquí, dice, “vivimos absolutamente atados a la revancha, a las visiones partidistas y a una concepción pesimista de todo lo nuestro”, y vuelve a poner su ejemplo favorito: “Los americanos saben hacer una leyenda de un tiroteo en un corral y cuando hablan de sus miserias se sacan de la manga Apocalypse Now. A nosotros nos dan la conquista de México y no somos capaces de hacer ni una película. Preferimos la puta Guerra Civil, una y otra vez”. Y rebusca entre sus DVD. Allí están Alatriste, Juana La Loca o El Dorado, tres visiones tan dignas como, en efecto, tenebristas. “Eso por no hablar de que casi siempre tienen que venir de fuera a contárnoslo, y mal,&rdqu! o;, añade sacando también La conquista del paraíso de Ridley Scott, Tierra y Libertad, pastiche a cargo de Ken Loach y El laberinto del Fauno, metáfora mágica de Guillermo del Toro. Es difícil quitarle la razón, así que quizá sea mejor bucear el origen de ese fatalismo en la historia y en el funcionamiento del sistema de cine y televisión, ahora que algunas series como Hispania o Isabel parecen adoptar un nuevo tono. La fascinación por el desarrollo tecnológico quedó unida al fascismoPara María Goretti Irisarri, guionista, la explicación es utilitaria: “Cuando construyes una historia piensas en el público… pero también tienes en cuenta que tu primer filtro es un productor que va a comprarte el guión. Este productor tampoco piensa en el público final, sino en su filtro respectivo: unos ejecutivos concretos con nombre y ! apellidos; y el productor, supuestamente, sabe de qué p! ies coje an: pies políticos, de gustos y de argumentos que le han dado cuando han rechazado otros proyectos. Estos ejecutivos de televisión tienen que evaluar a su vez de forma muy cortoplacista y por tanto se fían básicamente de lo que ya ha funcionado y les de mínimo riesgo. Ellos solo desearían darle al público exactamente lo que pide. No buscan manipularles políticamente, sino la audiencia que necesitan para seguir en su puesto. Yo debido a este motivo he oído sugerencias tan extrañas –era para una serie de TV– como ‘nada de flashbacks, que el público no entiende los flashbacks’”. Ella coincide con “la respuesta de Foucault: que estamos troceados en pequeños espacios de decisión y poder, y es ahí donde reproducimos las grandes manipulaciones ideológicas y las extendemos de unos a otros”. Sea como sea, reconoce que &ldquo! ;si imagino mensajes positivos como '¡Salgamos con el esfuerzo de todos de la crisis!, o ¡España puede!” en seguida me recuerdan a Franco'. Quizá por eso no se atreven a usarlos: ese tipo de retórica, la fascinación por el desarrollo tecnológico, quedaron unidas al fascismo”. El origen del derrotismo Óscar Martínez, doctor en filología clásica, se remonta algunos siglos más atrás para tratar de rastrear los orígenes del derrotismo. “Es cierto”, comenta, “que la gran obra épica de la conquista de América, La Araucana de Alonso de Ercilla, tiene como objetivo precisamente paliar el agravio que supondría dejar sin escribir las acciones de los españoles en el nuevo continente. Y es cierto que es en el siglo XIX cuando Menéndez Pelayo, que entendía el catolicismo como eje vertebrador de nuestra cu! ltura, empieza a subrayar el efecto nocivo de la inquisici&oac! ute;n en la Historia de España; es entonces cuando toma forma la idea de decadencia española. Los pensadores del '98, en el consabido clima de derrota en que se fraguó su pensamiento, abundaron en esa visión tan pesimista. Ahora bien, ya en pleno Siglo de Oro, en el momento de esplendor de la Historia de España, personalidades como Quevedo dotan a su mirada de un profundo pesimismo. Cuando el Conde-Duque de Olivares pronuncia su famoso ‘Dios es español’, en alusión al dominio militar español en todo el mundo, España estaba a muy pocos años de su gran derrota en Rocroi (1643), fecha que tradicionalmente marca el final del dominio español. De ahí al desastre del 1898 han pasado, gota a gota, más de dos centurias y media de pérdidas continuadas y derrotas. ¿A lo largo del siglo XX ha habido oportunidad alguna para recobrar la autoestima? Si la hubo la Guerra Civil la ech! ó abajo”. Nos fijamos en las películas derrotistas españolas, pero no nos damos cuenta que Hollywood hizo lo mismoDe nuevo, pues, la Guerra Civil. “La Guerra Civil fue desastrosa”, comenta Julio Martín, periodista especializado en historia y cinéfilo comprobado, “y ha hecho olvidar todo lo demás, como la Guerra del Rif, la de Cuba o las carlistas. Pero el principal efecto negativo fue la utilización franquista de los símbolos e historia nacionales, convirtiendo para al menos dos generaciones –la que hizo la Transición y la de sus hijos– la idea de España en algo rancio, dictatorial, nacionalcatólico… Luego a nivel político a la izquierda le ha interesado mantenerlo, creen que les da algún rédito”. Cree él que “nuestra historia de Imperio, de potencia hegemónica en Europa juega en nuestra contra en ese s! entido, España no ha vuelto a tener el peso que tuvo en! Europa en los siglos XV, XVI y XVII, pero tiene consciencia de ser un país importante y por tanto la sensación de no alcanzar esa situación de liderazgo, que se cree que nos corresponde nos frustra”. Opina también que “hay que separar claramente los condicionantes sociológicos de un país, algo tan vago como la idiosincrasia, díficil de definir y la historia”, y hace hincapié en que otros países europeos pasaron por procesos oscuros similares al español: “Ocurrió en Francia tras el periodo convulso de Revolución / Imperio Napoleónico / Restauración y en otros países europeos. Y en EEUU que es un país muy moderno, tuvieron su 98 en los 60 con Vietnam fundamentalmente. Nos fijamos en las películas derrotistas o que describen una España atrasada, inculta, etc, y no nos damos cuenta que en los 70 y 80 Hollywood recreó historias muy ! críticas contra su propio país e historia”. Estructura narrativa y política Irisarri coincide en la importancia de esos acontecimientos políticos, pero prefiere poner el peso en cuestiones de estructura narrativa. “Una de las principales influencias del cine son las novelas románticas”, reflexiona. “Hay una fuerte querencia por las estructuras narrativas más convencionales y el final redondo. Esas novelas siempre han tenido algo desactivador políticamente. Barthes lo llamaba “la tercera persona”: son ficciones placenteras que enredan, pero para luego dar un orden, y de paso convencernos de que el orden y el sentido existen. Estos arquetipos del romanticismo utilizan personajes que son misteriosos, con un pasado por explicar, porque así puedes desarrollar un argumento, pero aún así hay muchos tipos de personajes oscuros y aquí se escoge precisamente! al derrotado, ahí entran nuestras propias mitolog&iacu! te;as es pañolas”. La épica de la derrota es más barata de rodarElla, sin embargo, no cree que la épica esté pasada de moda (“mira Juego de tronos”), sino que se trata de una cuestión de dinero. “Lo que se nos pide es ‘que sea barato”, cuenta. “Una guerra, la toma de una ciudad… todo eso sería demasiado caro, tachado inmediatamente. ¿Épica barata? Ah, vale: épica en la sierra de Madrid, y con pocos personajes. Suena más a derrotados escondiéndose en el bosque ¿verdad?”. Conclusión inevitable: “La épica de la derrota es más barata de rodar, y a la larga nos vamos acostumbrando a este rollito deprimente”.  Pero ¿por qué nos repele la figura del triunfador? Para ella la culpa es, de nuevo, de la novela romántica: “mira a Dostoievsky, cuando habla de una oposici&oa! cute;n entre hombre de pensamiento/hombre de acción. Siempre el hombre de acción en esas novelas quiere decir un chungo sin sensibilidad. Apunta, además, que nuestro caso no es siquiera comparable con otras filmografías europeas como la francesa (“están crecidos, seguros de sí”) o la inglesa (“están haciendo más juegos formales, los temas son atrevidos y políticamente dan caña, se divierten y nos divierten”). “Durante los 40 y 50 hubo un cine histórico muy propagandístico e infantil”, recuenta Martín, “siguiendo con la idea de la España nacionalcatólica... luego, en los 80, un cine europeo más crítico con ese pasado, cuyo mejor ejemplo sigue siendo Aguirre o la cólera de Dios de Werner Herzog. Ese periodo de reacción se está terminando, como demuestran series como Isabel, magnífica! adaptación de las intrigas en en el Reino de Castilla,! que es un verdadero Juego de Tronos histórico. Está claro que ha habido un periodo en el que una gran parte de los directores y artistas se han identificado con una postura política que hunde sus raíces, de nuevo en el franquismo, y el rechazo o rencor a todo lo que tenga que ver con ello: Iglesia, ideas conservadoras, etc, pero esa generación va dejando paso: ni Amenábar ni Bayona, por poner dos ejemplos están interesados en eso…”. Su actitud es ejemplo de que en efecto, algo puede estar cambiando y que acaso el cliché pueda superarse: “¿Somos capaces de hacer Master and Commander? Lo seremos”. No tan claro lo tiene Óscar Martínez, que considera que “sólo al final del siglo XX y todavía en el XXI, al hilo de éxitos deportivos sin precedentes en cantidad y calidad, los españoles se han permitido sentir el orgullo de proclamar ser españ! ;oles. A día de hoy, cuando nos hacen humillar la cabeza por la situación económica actual, y además nos hacen sentir culpables por nuestros ‘excesos’, y nos obligan a redimirnos, no creo que estemos todavía en condiciones de revertir esta corriente pesimista”.

Fuente de la Noticias: Noticias de España

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